Este lunes amanece en el centro deportivo de la zona norte tijuanense –región de narcomenudeo y picaderos, para nadie es un secreto– con el ánimo pesado y bajo la sombra de una apretada valla de policías federales y militares que estrecha cada vez más el control en lo que se ha convertido un virtual campamento de refugiados, aunque nadie, y menos el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), quiera darle ese nombre.

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