El mundo está cada vez más interconectado y saturado de noticias. Paradójicamente, vivimos más desinformados debido a la poca calidad de los análisis sobre la información que tenemos a nuestro alcance. Destaca así el papel que juegan los medios de comunicación alternativos, que propugnan la visión de algunos Gobiernos autoritarios para glorificar lo que se está haciendo desde su país y deslegitimar las acciones del eterno rival.
Cada vez que encendemos la televisión o escuchamos la radio, abrimos un libro o leemos un periódico para estar al tanto de lo que ocurre en el mundo, alguien está intentando educarnos, convencernos de que compremos un producto, persuadirnos para que votemos a un candidato o suscribamos una versión de lo correcto. La persuasión es una fuerza misteriosa y poderosa: el emisor llega a convencer subliminalmente al receptor para que aprenda el mensaje y lo interiorice como una verdad. Por ello se ha convertido en la principal herramienta de todos aquellos medios cuya razón de ser reside en dispensar propaganda afín a los intereses de sus patrocinadores, que pueden ser Gobiernos y entidades estatales.
Cartel del documental propagandístico El eterno judío, dirigido por Fritz Hippler. Fuente: Pinterest
El término propaganda cobró fuerza a principios del siglo XX para describir las tácticas de persuasión utilizadas entre los contendientes durante la Primera Guerra Mundial y, posteriormente, por regímenes fascistas como la Alemania nazi, cuyo máximo representante fue el ministro del Reich para la Ilustración Pública y Propaganda, Joseph Goebbels. Con el tiempo, la propaganda dejó de ser patrimonio exclusivo de los regímenes totalitarios para infiltrarse en la cobertura de numerosos medios de comunicación que ya no se dedican a informar y divulgar, sino que buscan persuadir a las masas para que apoyen una determinada posición o punto de vista.
Vivimos, por tanto, en un mundo impregnado de trampas sagaces en el que la desinformación está agotando nuestra capacidad intelectual para la crítica y la veracidad brilla por su ausencia. ¿Cómo fomentar la actitud crítica ante la manipulación de los hechos y los análisis intencionados?
Una nueva manera de hacer la guerra
“La información es un arma no muy diferente de las bombas”
Vladímir Lenin (1870-1924)
En 2013 el general Valeri Guerásimov, jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, definió la forma de relación entre Rusia y Occidente durante los últimos tiempos: la guerra híbrida. Si bien los actores que desafían a los países occidentales son conscientes de que estos siguen siendo tecnológicamente superiores, saben que pueden atacarlos desde otras áreas para así inclinar la balanza a su favor. En este sentido, Guerásimov reflexionaba que, mientras que la guerra convencional se caracterizaba por las batallas en tierra, mar y aire, la guerra híbrida ha añadido el uso bélico del espacio informativo y de los métodos indirectos para alcanzar objetivos militares.
Durante los últimos años, Occidente ha atravesado una concatenación de desafíos —la crisis económica mundial, la del euro, los refugiados, el brexit— que hacen temblar los cimientos de una sociedad democrática liberal que en teoría respeta la libertad de expresión y fomenta la promoción de los derechos humanos. Ante esta difícil coyuntura, las normas que regulan los mecanismos con los que las grandes potencias occidentales garantizan el buen funcionamiento de sus instituciones son explotados por los actores de la guerra híbrida. Este tipo de esfuerzos —catalogados como “poder punzante” o sharp power— a base de bombardear mensajes alternativos en los tejidos sociales a menudo consiguen minar la legitimidad y la fortaleza de las democracias occidentales. Por ello resulta interesante analizar el contenido de los medios de comunicación con cobertura internacional procedentes de países como Rusia, uno de los más conocidos por su postura crítica hacia lo que definen como el modelo “neoliberal” de desarrollo socioeconómico “impuesto” desde Estados Unidos.
En enero de 2016 se volvió mediático el caso Lisa en Alemania. Aunque la policía alemana desmintió la versión de la niña ruso-alemana supuestamente raptada y violada en grupo por refugiados árabes, para entonces la falsa historia ya se había propagado por la comunidad ruso-alemana que habitaba en Berlín y los rumores corrían a la velocidad del rayo a través de publicaciones en Facebook. Mientras el fervor social aumentaba, Channel One, un canal de noticias controlado por el Estado ruso con un porcentaje significativo de seguidores ruso-alemanes, publicó un artículo en el que presentaba la historia de Lisa como un ejemplo más de los peligros ignorados que representaban los refugiados de Oriente Próximo.
Sorprendentemente, esta falsa noticia culminó con una manifestación ante la cancillería alemana de unas 700 personas que exigían justicia para Lisa y la segurización de las fronteras europeas. Ruptly, una plataforma online de vídeos perteneciente al canal Russia Today (RT) y con sede en Berlín, llegó con una cámara y colgó el vídeo en YouTube esa misma tarde. A partir de entonces, el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán comenzó a percibir el caso Lisa como un golpe inaugural en la nueva guerra informativa que Rusia está librando contra Occidente. En los meses siguientes, la intensidad de los ataques creció e incluso llegó a infiltrarse en asuntos sensibles de Estado.
En marzo de 2017 el Comité de la Administración Pública y Asuntos Constitucionales del Parlamento británico publicó un dosier en el que advertía sobre la interferencia de Rusia y China en el referéndum del brexit mediante ciberataques. El dosier subrayaba que ambos países poseían “una profunda comprensión del funcionamiento de la psicología de masas y sabían cómo explotar a los individuos”; unos 13.000 bots rusos que emitieron propaganda pro-brexit en Twitter fueron misteriosamente eliminados de la red social una vez salieron los resultados de las urnas. El propio Nigel Farage, referente en la línea dura pro-brexit, era un invitado frecuente de RT.
Las injerencias en el sistema democrático liberal llegaron también a Estados Unidos en las últimas campañas presidenciales. Unas semanas antes de que Donald Trump asumiera el cargo, la inteligencia estadounidense lanzó la versión desclasificada de un informe en el que se evaluaban las actividades e intenciones rusas durante las elecciones estadounidenses. En él se subrayaba que el objetivo principal de la incursión rusa era “minar la fe pública en el proceso democrático de Estados Unidos, denigrar a la candidata Clinton y dañar su elegibilidad para la presidencia”. En todo momento, Putin y su Gobierno manifestaron una clara preferencia por Trump.
Para llevar a cabo esta ofensiva, se creó toda una máquina de propaganda al servicio de los intereses de Putin. Se descubrieron piratas informáticos —aliados o directamente financiados por el Gobierno ruso— que manipularon los sistemas de votación e incluso accedieron a los correos electrónicos y otros archivos del Comité Nacional Demócrata. Por otra parte, lanzaron bots y troles por doquier a través de las redes sociales visibles para cualquier persona con acceso a internet.
Audiencia comparada de distintos medios en redes sociales —solo público estadounidense—. En el informe se constata que en la actualidad Estados Unidos y Reino Unido se han convertido en el mercado de mayor éxito para los medios de comunicación dirigidos por el Kremlin. Fuente: Agencia de Seguridad Nacional de EE. UU.
No mucho más tarde, el actual presidente francés, Emmanuel Macron, acusó a Putin de haber llevado a cabo campañas de influencia en contra de su candidatura durante las elecciones francesas: Rusia apoyó a Marine Le Pen, una política de extrema derecha que había respaldado la anexión de Crimea a Rusia y que se reunió con Putin justo un mes antes de las elecciones. Una posible injerencia similar pudo haberse producido en España en el referéndum independentista catalán, como ya habían advertido meses antes algunos analistas estadounidenses.
La técnica desinformativa rusa se ha extendido sobre tres blancos principales. En primer lugar, hacia los propios ciudadanos rusos para generar un arraigado sentimiento antioccidental y persuadirlos para ser patriotas al estilo “Hacer a Rusia grandiosa de nuevo”. Otro foco de atención apunta hacia los ciudadanos de las ex repúblicas soviéticas; el mensaje central ronda en torno a la injusticia y la violación de derechos humanos padecida por los compatriotas rusos que viven como minorías en estos países. Al mismo tiempo, presentan la UE como un ente disfuncional y la OTAN como una organización violenta que pretende expandirse hacia las fronteras de Rusia.
Por último, se muestra como un “punto de vista alternativo” de cara a la comunidad internacional. Para ello, ofrece desde teorías de la conspiración que desmienten la versión oficial de sucesos como los atentados del 11S o la muerte de Osama bin Laden hasta la cobertura de ciertas perspectivas político-sociales que reciben menos atención por parte de los principales medios de comunicación, como las voces del movimiento Ocupa Wall Street o los ecologistas. Aunque los medios rusos abarcan un bagaje de temas muy diferentes, todos comparten la idea de “romper con el monopolio de las corrientes de información mundiales anglosajonas” para así pinchar la burbuja de arrogancia e hipocresía occidental. De hecho, los dos principales medios rusos, RT y Sputnik, buscan la mayor audiencia internacional posible al emitir sus programas tanto en los idiomas más hablados —inglés, chino, español, francés, árabe…— como en las lenguas oficiales de países con un elevado porcentaje de minoría rusa o de una relevancia estratégica considerable para Rusia. El país aspira así a constituir su propio nicho propagandístico en un Occidente sumido en tiempos revueltos por el populismo y el aislamiento.
La pugna por la veracidad informativa
Rusia no es, ni mucho menos, el único país que acude a estas estrategias para ensalzar sus intereses y condenar los actos del enemigo. Recientemente, la empresa israelí ClearSky Cyber Security publicaba un informe para esclarecer algunos detalles sobre sitios web iraníes que se dedican a suplantar la identidad de medios de comunicación occidentales con el fin de socavar su credibilidad presentándolos como medios que operan a favor de los intereses occidentales y en contra del régimen iraní. Aunque la información que se proporciona desde esta empresa parece legítima, es interesante preguntarse hasta qué punto el informe fue elaborado con cierta intención de desprestigiar a su vez lo que se hace desde estos medios alternativos. Israel es el único país en Oriente Próximo que no comparte raíces árabes ni musulmanas; por sus singulares características, las relaciones con su vecindario siempre han sido tensas, como en el caso de Irán, una teocracia islámica.
En este sentido, el dosier destacaba la página bbcpersian.net, que simula la web de la auténtica BBC en persa. Entre su contenido se encuentran artículos, vídeos y programas de radio y televisión que difaman la web original. Aunque se actualiza cada pocos días, los artículos se publican sin fecha exacta, lo que permite ocultar la fecha real de publicación y actualizarlos de la forma que más convenga al autor. Pero tampoco debemos caer en la falacia de juzgar solamente estos portales de lugares lejanos. La propia BBC, uno de los servicios británicos de radiotelevisión con más audiencia en el mundo, no es neutral por los fuertes vínculos que mantiene con el Gobierno británico. ¿Hasta qué punto cabe fiarse de un medio de comunicación que, aprovechándose de su fama de objetividad entre la comunidad internacional, juega con las herramientas propias de un órgano de propaganda estatal?
Al igual que su aliado ruso, el país persa también se interesa por transmitir su ideología y su visión hacia otras regiones del mundo. En el marco de las tensas relaciones con Israel, el sentimiento adverso hacia los israelíes se manifiesta claramente en Press TV, un canal de noticias en inglés financiado por el Gobierno iraní y operativo desde 2007. Este medio considera, por ejemplo, que la conmemoración del Holocausto ha sido corrompida y manipulada para legitimar la existencia del “régimen sionista” en detrimento de la libertad y los derechos del pueblo palestino. Simultáneamente, este mensaje oculta una refinada crítica hacia Occidente cuando se pregunta por qué los palestinos tienen que sufrir por los crímenes que cometieron los europeos. Desde la postura iraní, el Holocausto inclinó la balanza para que Occidente diera su apoyo a la creación de Israel como recompensa a los judíos por todo lo que han padecido a lo largo de la Historia.
Del mismo modo, Irán comenzó a buscar su nicho informativo entre los países hispanohablantes. A principios de 2012, el entonces presidente iraní Mahmud Ahmadineyad inauguró en Teherán un nuevo canal de televisión en español conocido como Hispan TV. La postura de Ahmadineyad sobre la finalidad de este canal era manifiesta: “Es un instrumento para establecer mejores lazos entre el pueblo y el Gobierno de Irán con los de las naciones de habla española” y, de paso, “limitar la supremacía de aquellos que buscan dominar”, en referencia a los medios anglosajones —especialmente los británicos, un país con el que mantiene importantes recelos históricos desde la invasión anglo-soviética de Irán en 1941 y, sobre todo, la Revolución iraní de 1979—. Para que el lanzamiento de este nuevo canal tuviera éxito, el presidente iraní realizó toda una gira por países latinoamericanos como Cuba, Nicaragua, Ecuador o Venezuela y llegó a negociar un acuerdo de colaboración con el canal pluriestatal Telesur.
El objetivo de Hispan TV era, por tanto, emplear el soft power —‘poder blando’— para dar a conocer los detalles más recónditos de la cultura iraní al mismo tiempo que apoya a sus aliados y difunde propaganda antioccidental y antiisraelí mediante el uso del sharp power. Curiosamente, el lanzamiento de esta cadena coincidió con las sanciones de la UE a Irán por su programa nuclear, lo que provocó un recorte de más de un 60% para la emisión en España. No obstante, esto no impidió que Irán defendiera sutilmente su controvertido programa nuclear ante las masas de opinión pública occidentales.
Pero son muchos otros los países que hacen uso de la propaganda para legitimar visiones afines a sus intereses. En la actualidad proliferan los llamados “medios de comunicación alternativos”: Telesur, la Televisión Central de China o Al Manar, propiedad de Hezbolá, son solo algunos de los ejemplos heterodoxos más conocidos que viajan más allá de las fronteras de sus respectivos países para tratar de conquistar seguidores de la versión del mundo que ofrecen. En realidad, nada de esto nos debería sorprender: los países democráticos también poseen sus propias herramientas para difundir su postura y su posición en el mundo. Hasta Estados Unidos, el férreo defensor del statu quo mundial, ha mantenido unos medios de comunicación con los que ha justificado las políticas que ha llevado a cabo tanto en su interior como de cara al exterior.
Sin embargo, el mundo ha cambiado con la llegada del sharp power. Una de las grandes dificultades por las que atraviesa una sociedad tan interconectada como la actual es que los medios de comunicación ya no se dedican a ofrecer información de calidad, sino que son aprovechados cada vez más para justificar posturas y reforzar opiniones que dan fuelle a las fuentes de desinformación. Se pretende adiestrar a toda costa el pensamiento de la audiencia para que sea menos crítica con la información que consume y asuma como verdad absoluta cualquier noticia expuesta de una manera que coincida con su ideología, sus valores y sus principios. Pero se nos olvida que los medios de comunicación no están para demostrar que somos los que mejor comprendemos cómo funciona el mundo, sino para presentar un amplio abanico de perspectivas y, a partir de ahí, ser nosotros, los propios consumidores, ciudadanos de un mundo globalizado, quienes construyamos nuestra propia percepción de la realidad.
* El orden mundial