Oaxaca. Desde que hace casi una semana se confirmó su victoria, Andrés Manuel López Obrador ha recibido el aplauso de los líderes del mundo, incluido Donald Trump, los candidatos derrotados, sindicalistas, intelectuales y hasta los empresarios.
Al reconocimiento colectivo se han sumado Carlos Slim y la patronal, enfrentados con él durante su campaña, así como sus archienemigos los expresidentes Carlos Salinas, Vicente Fox o Felipe Calderón.
Solo una voz se ha levantado para repudiar su victoria; la del zapatismo. El viejo enfrentamiento entre el líder de la izquierda y el movimiento indígena de Chiapas no ha cicatrizado ni con 30 millones de votos.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) respondió con el desprecio al triunfo de López Obrador en las elecciones de hace una semana, y advirtió de que el político tabasqueño, de 64 años, será una decepción más. “Podrán cambiar de capataz, los mayordomos y caporales, pero el finquero sigue siendo el mismo”, dijeron en un comunicado difundido el viernes.
Con el título Píntale caracolitos a los malos gobiernos pasados, presentes y futuros, el EZLN compara la elección ganada por López Obrador con un partido de fútbol: “El dueño del balón no pierde, no importa qué equipo gane. La gran final tan esperada y temida concluyó y el equipo vencedor recibe, con falsa modestia, los clamores de los espectadores. ¿Cuántas veces ha escuchado usted eso? Muchas, ¿vale la pena contarlas? Las derrotas reiteradas”, señala el comunicado firmado por los subcomandantes Galeano (antes Marcos) y Moisés.
Desde la apabullante victoria de Obrador, el país se ha sumergido en una ola de entusiasmo que revierte la depresión reinante desde la victoria de Trump, algo que hasta los zapatistas reconocen. “Al menos la ilusión actual alivia esa historia de fracasos a la que luego se sumará la desilusión prevista”. Sin embargo, la reacción del movimiento indígena que conquistó al mundo con sus pasamontañas y escopetas de madera durante el levantamiento de 1994, ha sido la nota única discordante en un coro que aplaude la llegada de la izquierda al poder.
La respuesta ha sido coherente con el enfrentamiento que mantienen desde hace años Obrador y el subcomandante Marcos. Un distanciamiento que comenzó en la campaña de 2006, siguió en la de 2012 y llega a la actualidad. En estos años, los zapatistas han acusado a Obrador de ser “enemigo de los indígenas”, “representante de la falsa izquierda” o de estar rodeado de colaboradores que fueron responsables de matanzas como la de Acteal.
“La relación entre el zapatismo y las distintas izquierdas (mexicanas y extranjeras, partidistas y no partidistas) es compleja y difícil de resumir. Lo que es cierto es que, por lo menos desde el 2005, el EZLN ha planteado que Obrador no significa un cambio real: que no es una izquierda, sino una derecha moderada”, explica el escritor Luciano Concheiro, buen conocedor del mundo zapatista.
Tres meses antes de las elecciones, Obrador intentó su último acercamiento durante un mitin en San Cristóbal de las Casas: “Al EZLN le extiendo mi mano franca en señal de respeto y reconciliación”, clamó aquel día desde el templete sabiendo que entre la gente le estaban escuchando los destinatarios del mensaje. Sin embargo, les reprochó que trataran de dividir el voto de la izquierda al presentar una candidata indígena. “El EZLN en 2006 era el huevo de la serpiente (…) muy radicales ellos, que llamaban a no votar, y ahora postularán candidata independiente”, protestó.
Pocos días antes de la votación, en su poderoso acto de cierre de campaña en el estadio Azteca ante más de 100.000 personas, Obrador citó dos veces a los pueblos indígenas y la noche de la victoria lo hizo otra vez más. “Es entendible cierta desconfianza hacia los partidos y hacia el gobierno. A los pueblos indígenas les han tocado los episodios más duros del modelo neoliberal privándoles de sus recursos naturales y de sus formas de representación”, señala Adelfo Regino, el hombre propuesto por López Obrador como comisionado para los pueblos indígenas.
Según Regino “los zapatistas quieren hechos claros y no palabras” y se ha fijado tres objetivos si es ratificado en el cargo: “el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés que pusieron fin al alzamiento zapatista, la inclusión de las recomendaciones de Naciones Unidas sobre autonomía indígena y los cambios legales que permitan su soberanía sobre los recursos naturales”, revela en una entrevista para EL PAÍS.
Sin embargo, según Concheiro, “para el EZLN, López Obrador no es un aliado porque, desde su óptica, representa una continuidad del sistema capitalista y no una ruptura con éste. Creen que, más allá de que haya un recambio de las élites políticas, sólo habrá un cambio profundo si hay una transformación de las formas de vida y el modo de producción. Y que, también hay que decirlo, ese cambio no necesariamente sucederá desde arriba”, aclara el escritor.
En los últimos meses la relación entre Obrador y Marcos, que desconcierta a una buena parte de la izquierda, ha estado llena de guiños no respondidos.
“Lo que está viviendo una luna de miel con Obrador es el sistema de partidos, pero el país no está preparado para la inclusión de los pueblos indígenas y, por tanto, se está tomando con cautela su victoria”, matiza Mardonio Carballo, poeta, escritor y periodista náhuatl. “Todo en México está estructurado para que aquellos que pertenecen a las comunidades autóctonas no tengan participación en la vida nacional y en la toma de decisiones”, añade.
Sin embargo, para Carballo los indígenas de México, cerca del 20% de la población, es cuerpo diverso con distintas formas de encarar la llegada de Obrador. “En México hay 68 lenguas indígenas y por tanto hay 68 formas distintas de decir amor y 68 formas de ser rebelde, por lo tanto los reclamos y los logros son distintos entre unos y otros”, matiza.