El economista venezolano Ricardo Hausmann, un apasionado del sur de México, resume la brecha regional del país norteamericano en una frase: “En él conviven dos realidades económicas opuestas: la del norte, que puede competir en productividad con Corea del Sur, y la del sur, que a duras penas puede hacerlo con Guatemala”. Lejos de quitarle la razón, los datos presentados esta semana por el Banco de México parecen empeñados en reforzar aún más sus argumentos: con la actividad económica del tercio más meridional en niveles más bajos que los registrados hace una década, la convergencia entre regiones es hoy, más que nunca, una quimera.
El reciente empuje de la economía mexicana, que en poco más de seis meses ha pasado de la depresión inmediatamente posterior a la victoria de Donald Trump en Estados Unidos a un crecimiento por encima de los pronósticos, no ha llegado por igual a todo el país. En el segundo trimestre del año, la actividad económica prosiguió su crecimiento en el norte (0,9%), centro-norte (1,2%) y centro (0,7%) de México gracias al buen desempeño de las manufacturas más vinculadas al mercado externo —que se han visto favorecidas por la buena marcha de la economía estadounidense—, de la producción agropecuaria, del turismo y del comercio al por menor. El sur, por el contrario, registró una contracción superior al 1% “como consecuencia de la caída en la mayoría de las actividades”, subrayan los técnicos del banco central mexicano en su último informe sobre la evolución económica regional.
El sur de México se queda atrás
La única actividad productiva que registró números positivos en los Estados meridionales de México entre abril y junio fue el turismo, que repuntó casi un 6% respecto al mismo periodo del año anterior gracias al mayor nivel de ocupación hotelera durante la Semana Santa, al incremento en la llegada de cruceros y al dinamismo del turismo de convenciones y negocios. En Campeche, Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán, los Estados que el Banco de México agrupa bajo la etiqueta de sureños, las manufacturas retrocedieron más de un 6%; el sector agropecuario, un 1,6%; el comercio, un 1% y la minería, un 0,4%. Pero si un sector ilustra a la perfección la brecha regional mexicana es la construcción, muy dependiente de la inversión pública y privada, y un buen termómetro de evolución de la economía a medio plazo. En ese rubro, la franja septentrional registró un crecimiento superior al 6%; el centro-norte apenas registró cambios; el centro del país sufrió un retroceso del 6% y el sur vio como la actividad se desplomaba un 17% interanual.
La brecha regional de México ha sido una constante en la historia reciente, pero ha ido a más con el paso de los años. En el sur conviven zonas de fuerte producción petrolera, como Campeche, Tabasco y Veracruz, que vivieron sus años dorados hasta la década pasada pero que ahora sufren la crisis del sector en México y los bajos precios del crudo en los mercados internacionales, con Estados en los que la agricultura de subsistencia tiene todavía un papel fundamental en la economía familiar. Chiapas y Oaxaca, por ejemplo, donde más se sufrieron las consecuencias del terremoto que sacudió México la semana pasada, son dos de las entidades más rurales de México. Y en México, la ruralidad es un claro factor de riesgo de pobreza: también son, con diferencia, los Estados en los que mayor porcentaje de la población vive en condiciones de carestía (el 77% y el 70% respectivamente). Al contrario de lo que podría esperarse, esta cifra ha aumentado en los últimos años.
Desde el punto de vista natural nadie podría advertir que el sur, con abundantes recursos primarios, agua y tierras fértiles, debería estar en una posición relativa peor. Pero su lejanía con la frontera estadounidense, lo rural de su economía y las escasas inversiones públicas y privadas le condenan al ostracismo. En el norte ocurre justo lo contrario: su compleja orografía y la hostilidad del medio natural son compensadas con creces por la gran actividad industrial —desde la fabricación automotriz hasta maquilas de todo tipo—, por la buena calidad de las infraestructuras y por la fuerte interconexión entre las cadenas de valor que se extienden a una y otra orilla del río Bravo. Es el signo de los tiempos: los recursos naturales, aun siendo todavía relevantes, han pasado a un segundo plano de importancia en el desarrollo económico y han sido sustituidos por otros factores como la cercanía a los grandes mercados mundiales, la inversión productiva o la cantidad y calidad de la educación recibida. Ahí, el sur de México tiene las de perder frente a sus compatriotas del norte.
El País