Los 12 niños y el entrenador del equipo de futbol ya están a salvo. Ahora nos faltan 357 millones.
El milagro ocurrió más pronto de lo que se pensaba. A ocho días de que los 12 niños de Tailanda y su entrenador, fueran hallados con vida en el interior de una cueva, el rescate del equipo de futbol concluyó con éxito este martes. Todos regresarán a casa sanos y a salvo. Pero no todos los niños atrapados tienen tanta atención mediática ni un final feliz.
Ahora mismo, en el mundo, hay cerca de 357 millones de niños esperando a ser liberados, de acuerdo con estimaciones de la organización internacional Save The Children. Su jaula no es un socavón inundado, sino un lugar sitiado por la guerra y conflictos armados. Mientras lees esto, esos niños esperan ser liberados, pero la ayuda no llega a ellos por el alto grado de violencia que se vive en sus comunidades o el alto grado de indiferencia con el que se mira su sufrimiento.
El caso más extremo está en Yemen, situado entre Oriente Próximo y África, donde la ONU calcula que unos 4,3 millones de niños están en riesgo latente de morir de hambre. La comida no llega a las comunidades más vulnerables porque el conflicto civil entre huties y sunitas mantiene tomados los caminos. Pese a que organismos humanitarios han propuesto treguas a distintos grupos armados para que cientos de miles de niños sean rescatados o, al menos, alimentados, las pláticas de paz han tenido resultados infructuosos.
A la crisis de alimentación que sufren los niños atrapados en Yemen, hay que sumar dos fenómenos más: una intensa temporada de lluvias que amenaza con inundar las cuevas donde viven cientos de niños y una epidemia de cólera que, se cree, ha matado a más de 400 menores de cinco años solo durante el año pasado.
En Siria, un país definido por la ONU como el «centro de la tragedia global», funcionarios de UNICEF creen que hay unos 850 mil niños viviendo en zonas sitiadas. Por siete años, han intentado salir de esa zona roja donde, solo en el primer trimestre de 2018, hubo más de 70 bombardeos contra casas, las pocas escuelas que quedan y hospitales. Pero el escape parece cada vez más difícil, ahora que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reactivó los ataques aéreos de su país en suelo sirio.
En Gaza, la frontera entre Israel y Palestina, la ONU ni siquiera aventura cálculos de cuántos niños esperan huir de ahí. Se sabe que hay miles que esperan pacientemente en los sótanos de edificios derruidos a que termine el conflicto. Muchos aguardan en soledad: sus padres murieron tratando de protegerles.
En Bangladesh, cerca de 400 mil niños rohinyás necesitan desesperadamente ayuda humanitaria para sobrevivir a la hambruna y sequía, pero el auxilio no llega ni siquiera para reubicarlos en suelo fértil. En Sudán del Sur, 250 mil padecen desnutrición severa y unos 19 mil están capturados por grupos armados, que los usan como combatientes, cocineros e, incluso, esclavos sexuales.
La historia se repite en decenas de países: cientos de niñas claman por ser liberadas del yugo del grupo rebelde Boko Haram en Nigeria; cientos de niños son enrolados a la fuerza por el grupo terrorista Al-Shabaab en Somalia; en la República Democrática del Congo, cientos de niñas son vendidas y usadas como moneda corriente por la guerrilla Fuerzas Democráticas de Liberación de Rwanda.
Incluso, Naciones Unidas reconoce que en América Latina aún hay niños atrapados en conflictos: el grupo paramilitar Clan del Golfo, en Colombia, tiene, al menos, una decena de niños secuestrados que usa para combatir al gobierno.
Son millones de hijos, hermanas, primos, vecinos que todos los días esperan una oportunidad de ser liberados, como los niños de Tailandia. A ellos, advierten los organismos internacionales, el mundo les debe recursos y atención.
Y un final feliz.
The Huffington Post